Cuando descubrimos (y así lo sentimos) que la identificación de uno mismo se ha roto, nos sentimos de una forma muy extraña al principio. Es un camino sólo de ida, no hay vuelta atrás, "por que ya lo sabemos".
Entonces, de forma espontánea aparece la motivación para decidir que vamos a sentarnos a contar nuestras respiraciones, para así acallar nuestra mente de ideas y "ver qué pasa".
La verdad es que hay muchas formas de silenciarnos por dentro, no sólo sentarse. Y a todas ellas las podemos llamar "Yoga".
La palabra española «yoga» proviene del sánscrito ioga, que a su vez procede del verbo iush (yuj en AITS): ‘colocar el yugo [a dos bueyes, para unirlos], concentrar la mente, absorberse en meditación, recordar, unir, conectar, otorgar, etc.’. El verbo iush es la misma raíz indoeuropea de los términos castellanos «yugo» y «conyugal».
Toda meditación, ya sea del tipo mental o de movimiento (como se conoce al yoga habitualmente) e incluso la práctica diaria de "hacer una cosa por vez sea cual sea", es en definitiva lo mismo. Se trata de centrar nuestra mente en una sola cosa (y no en blanco como se sugiere por ahí, eso es imposible). Cuando esto ocurre, que es mucho tiempo después de haber empezado con la práctica, suceden varias cosas:
- La mente genera ondas Alfa.
- El cuerpo reduce el nivel de Lactato.
- La conducta se reestructura.
- Somos más productivos, obtenemos capacidad de concentración.
- Por algún motivo inexplicable atrapas las moscas con la mano casi siempre (no matar, por favor)
. Acabas la sesión y regresas al mundo del "yo" (Samsára o el mundo de Maya) con una sensación diferente, un amor incondicional por todo ser o suceso pero en distancia... Aparece "la compasión".
Hablaremos de todo ello, por supuesto, pero en esta entrada lo que me interesa es escribir sobre cómo la meditación es la comprobación "empírica" de algo que no puede ser explicado o contado por que trasciende la mente y las palabras.
Y todo ello debe ocurrir de forma natural, espontánea y no forzada. Es cierto que la meditación sedente o Zazén duelen a morir, pero es un dolor que se lleva consigo después, pues en el momento de la realización no hay dolor, no hay nada.
Nada puede ser dolido por que no hay sujeto ni objeto.
No hay causa del dolor ni doliente.
Al no haber un "yo"concreto, pues la mente deja de actuar. En caso de actuación, cosa que ocurre continuamente, las ideas pasan, no hay retención por que no hay "yo" que retenga, por lo que sólo hay atención. Y como intento explicarlo, estoy clasificando algo que no puede ser clasificado, así que estoy alejándome de ello.
La práctica de la meditación, según mi forma de verlo, debe hacerse cuando apetece y surge de forma espontánea. Uno va equilibrando los tiempos según su naturaleza o cómo se encuentre. Los monjes ensalzan demasiado esta práctica hasta el punto que aluden que el Zen es Zazén. Yo creo que la práctica se puede llevar más allá, en todos los momentos del día y no necesariamente sentado. La perseverancia es una de las frases favoritas de algunos Budistas Zen, pero yo no lo comparto. No me resulta nada agradable dicha palabra. Me gusta más, dedicación.
La dedicación por Zazen u otra forma de meditación debe llevarte a un "camino medio" entre la práctica nula y la sobre-práctica de algunos. Y cada uno debe valorarlo individualmente, pero de forma espontánea y sin pensamientos de si será mejor meditar más o menos. El cuerpo te lo pide (la mente lo rechaza de algún modo, pues no quiere ser dominada).
Asímismo, el tiempo que dura nuestro Zazen puede variar dependiendo de nuestra "vida social". Aconsejo unos diez minutos para empezar y una media de unos cuarenta, una vez has adquirido "destreza".
Hablaremos de cómo meditar más adelante, también de el hecho de "consciencia" y de apreciaciones que considero muy interesantes, o por lo menos entretenidas.
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totalmente de acuerdo...nada que añadir a tu magnifica exposición
ResponderEliminarun abrazo grande
Igual amigo!
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