martes, 18 de junio de 2013

Quietamente sentado, sin hacer nada.

Una de las mejores cosas que alguien puede hacer es sentarse, simplemente por el hecho de sentarse y no hacer nada. Y cuando digo a no hacer nada, no me refiero a divagar con lo que tengo que hacer dentro de un rato, si estoy bien sentado o que calor hace.
Me refiero a no hacer absolutamente nada. Eso es algo complicado de hacer por que hay cosas que se siguen haciendo aunque no queramos, como por ejemplo respirar.
No hay ningún caso de suicidio en toda la historia de mundo, que tenga como protagonista a un señor que quedó fulminado simplemente por aguantar la respiración. De hecho, no se puede.
Y yo me pregunto que fuerza natural obliga a un cuerpo a seguir respirando aunque el dueño del propio cuerpo no quiera. La respuesta es muy sencilla, pues nosotros no somos los dueños de nuestro cuerpo, sino que somos nuestro cuerpo. Y siendo nuestro cuerpo parece ser que en el fondo no queremos hacerlo. Sólo que a un nivel superficial, una capa de entendimiento especial, consciente de lo que ocurre por comparación y división, piensa que nosotros estamos en un punto mental entre los ojos y manejamos nuestro cuerpo y todo a nuestro alrededor. Y esa pequeña consciencia separadora, no se explica cómo no podemos caer redondos simplemente dejando de respirar.


Así pues tenemos que lo que un sacerdote diría que es Dios que no te deja morir, algunos pensamos que es simplemente nuestra verdadera naturaleza que se encarga de mover nuestros pulmones y  nuestro corazón, la que se encarga de sobrevivir en esta experiencia vital hasta que ella misma decide que ya se acabó y entonces caemos muertos. Y la decisión se toma de forma no-mental, inteligente y tomando en cuenta todas las formas posibles de combinaciones mentales (salud, tipo de vida, accidente causal) y no mentales (estas no las sabemos).

Bien, llegados a este punto podemos decir que no tenemos ningún control sobre nuestra vida (respiración incluida) y nuestra muerte (no-respiración incluida).
Y desde este punto de vista, nos sentamos a no hacer nada. Seguimos respirando y nuestro corazón sigue impulsando sangre a todo el cuerpo. Y en esta postura en la que nuestro estado se hace completamente transparente al mundo de los sucesos, accedemos a un estado llamado Samadhi.
Y aquí sentado sin hacer nada en absoluto, no sucede nada. Por que fuera de las cosas que ocurren en la mente no sucede nada en absoluto. Y dicho estado no puede ser explicado, solo se puede experimentar.

Cuando hemos acabado de "no hacer nada en absoluto", nos damos cuenta del placer que supone prestar atención a la respiración, por que sientes que todo funciona a la perfección. Y del placer que supone prestar atención a tus pensamientos, que vienen y van, y sólo son pensamientos. Sólo son algo ilusorio, creado por nuestra mente. Y en el estado de Samsára de nuevo, nos damos cuenta de lo maravilloso de los dos mundos.
Es mi estado de consciencia el que me dice que me siente a no hacer nada, es mi estado de inconsciencia el que me dice que me levante a "saborear" la experiencia de no hacer nada, por que mientras estamos en ese estado no podemos apreciar lo que sólo puede ser apreciado cuando se filtra por la mente.
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