La invasión estaba siendo fructífera. Jackovich hizo una incursión por la zona más deshabitada y logró entrar en un complejo abandonado, buscando algún enemigo al cual dar caza.
La oscuridad reinaba en todo el complejo, sus angostos pasillos olían a desecho, abandono y muerte.
Caían las gotas desde el techo, en la cara de Jackovich. Su piel endurecida por las inclemencias del tiempo, digna de un chusquero ejemplar, brillaba ahora por el agua que resbalaba por la historia, porque la piel tiene historia, memoria y recuerdos que mil lluvias no limpian.
Tenía una cicatriz al lado de un ojo, como digno combatiente en varias guerras, que le servía para contar sus batallas en aquella barra cutre del bar de su ciudad natal, cuando visitaba a la familia entre misión y misión.
Ahora no había historias, tenía miedo. Un miedo irreconocible hasta ahora, pues apestaba a muerte de un modo más latente, más palpable que otras veces. Los sentidos estaban abiertos a cualquier movimiento o sonido, proveniente de aquella maraña de pasillos oscuros.
Llegó a un ensanche y más adelante a una habitación clara, con luz diáfana.
Tras un vistazo, se dio cuenta de que allí había alguien.
¿Sería este su fin? (continúa)
Tenía una cicatriz al lado de un ojo, como digno combatiente en varias guerras, que le servía para contar sus batallas en aquella barra cutre del bar de su ciudad natal, cuando visitaba a la familia entre misión y misión.
Ahora no había historias, tenía miedo. Un miedo irreconocible hasta ahora, pues apestaba a muerte de un modo más latente, más palpable que otras veces. Los sentidos estaban abiertos a cualquier movimiento o sonido, proveniente de aquella maraña de pasillos oscuros.
Llegó a un ensanche y más adelante a una habitación clara, con luz diáfana.
Tras un vistazo, se dio cuenta de que allí había alguien.
¿Sería este su fin? (continúa)
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